El siguiente es un texto a ser leído con acompañamiento de una canción, y al ritmo de ésta. En este caso, se debe esperar 30 segundos antes de comenzar a leer. La canción en cuestión es la siguiente: “My My, Hey Hey”, Neil Young. (Aquí en Spotify).
Hay un momento en el que oyes la cadencia de la guitarra grave. Sientes el ritmo. Percibes los latidos. Y te das cuenta de que son tuyos. Y de que laten por otra persona.
Su imagen se dibuja en tus pensamientos. No sonríe. No te mira. Le ves mirar, de perfil, hacia el horizonte. Ondas en su pelo, por una leve brisa, como en esos dibujos animados japoneses de la TV.
Empiezas a imaginar. Imaginas que le hablas. Que se gira hacia ti, y te mira. Descubre que estás ahí, y tú que se alegra de verte. Y espera a que le digas algo, pero tú callas. No dices nada. No puedes. Sabes, perfectamente, que no puedes. Sabes que no quieres sopesar la posibilidad de que no quiera tu verdad. Esa verdad que te duele. La verdad que le quieres contar. La verdad con la que te quitarás la máscara.
Así que decides apostar. Apuestas por la espera, por ser espectador. Por sentarte a comer palomitas. Por no ser parte de la acción. Sabes que es un error. Un error ahogado por una confesión inconfesable.
Te mojará el chispeo de la lluvia, pero nunca nadarás en el mar.